Estábamos allí. En esa cama, justo en el momento menos indicado y en el lugar equivocado. Sin besarnos, sin abrazarnos, sin tocarnos. “¿Qué éramos?”, me pregunto ahora, y supongo que no éramos nada -y aún seguimos siendo nada-, pero me fascinaba verla dormir. Hice amago de tocar su pelo y acariciar su rostro, pero tan solo dibujé las caricias con mis dedos alrededor de ella.

Ni en mis sueños podía tocarla. Pero podía sentirla… y sé que ella a mí también, con eso me bastaba.

No éramos nada, solo ella y yo.

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