Cuando somos niños soñamos con cosas pequeñas, sencillas; un helado de fresa, una muñeca que llora y hace pis, o esa bicicleta que tiene el vecino del cuarto. Cuando nos hacemos mayores, nuestros sueños cambian con nosotros, y se vuelven complejos, igual que nosotros. Y de repente, la muñeca de trapo se convierte en un vestido nuevo con el que cruzar un océano a diez mil metros de altura para deslumbrar a tu marido en un viaje sorpresa. Pero los sueños se rompen en pedazos cuando se topan de frente con la realidad, porque la realidad a menudo es realmente distinta de como uno cree que es. Las personas no siempre son lo que aparentan ser, ni las relaciones, ni mucho menos los sueños. Y esa realidad es la que se encarga de poner a cada uno en su sitio.Cuando estás entusiasmada porque vas a ver a la persona que más quieres después de haberle estado esperando durante largos días en los que tu mente solo podía pensar en él, nada malo crees que va a pasar por delante, que todo tu empeño de buscar el vestido perfecto para sorprenderle, ha servido para algo, y ese algo es que vas a ir a ver a tu marido con unas inmensas ganas que nadie te las va a poder quitar.Pero eso es lo que pasa cuando estás tan ilusionada, que tu mente solo se abarca en lo que estás esperando con tantas ganas, y no te das cuenta, de que hay algo que puede destrozar toda tu esperanza, la realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario